domingo, 14 de diciembre de 2008

LAS TRES GRANDES Y FAMOSAS PERFUMERIAS IDISHES DEL ONCE

No soy muy amigo de copiar artículos que circulan por Internet y menos cuando no aparece su autor pero en este caso el relato que me ha enviado mi viejo amigo Norberto Kleiman merece ser colgado en esta página que a poco de rastrear su origen lo encontré en http://elcuerpodecristo.com/article/72 . Más de un paisano de la colectividad recordará seguramente el barrio del once por los años cuarenta y quien no, estos tres grandes clásicos del Kosher tan bien descriptos por Jorge Schussheim.


No sé que edad tendrán Uds., pero cuando yo era chico, allá por los años 40 (1940, no 1840) y entre judíos, alguien decía "NEMIROWSKY, BRUSELOWSKY, SZMEDRA", entre judíos se comprendía instantáneamente que se estaba hablando de la esquina de Pasteur y Corrientes, o que uno pensaba ir a Junin entre Lavalle y Corrientes, o que se acababa de regresar desde Uriburu entre Lavalle y Tucumán, direcciones donde funcionaban las tres grandes y famosas perfumerías ídishes: Según una señora descendiente de los propietarios de almacén de Corrientes y Pasteur, cuyo apellido era Nemirowsky, yo no debería referirme a este almacén como Nemirowsky, sino como Corrientes y Pasteur, ya que en realidad el Nemirowsky que atendía el almacén no era el verdadero Nemirowsky, y a ella ese detalle la ha afectado enormemente. (Esta es otra muestra del indomable espíritu que alienta a los judíos). Con respecto a esta denominación, les aviso que si alguien les dice que no eran las tres más grandes y famosas perfumerías ídishes del Once, sino clásicos almacenes para la colectividad judía, por favor, no le crean.Almacenes podían parecer si se los veía desde afuera.¡Porque lo que era cuando uno entraba...!Los primeros aromas concentrados, dependiendo de si se ingresaba Nemirowsky, a Bruselowsky, o a Szmedra - eran también en ese orden - el de los úlikes y schmaltz, herings, el de los pepinos agridulces y el del leberwurscht recién hecho. Inmediatamente seguían el del kimmel broit Goldstein, el de la lisa ahumada y el del pastrom caliente.En las tres perfumerías, también se olía ácida y maravillosamente a chucrut guardado en barriles de madera, a queso blanco con cebollitas de verdeo o con páprika, a smétene fresca, a jugoso salchichón de pato (nunca supe porqué se llamaba de pato, ya que , por supuesto, descarto cualquier posibilidad de que se elaborara con pato. Quizás aludía a la condición del cliente), a las terroríficas cantidades de ajo de los wurschtn que colgaban del techo; a miel y a léicaj y a Knishes y a béigalaj y a matze y hasta en ocasiones, uno creía percibir lejanísimos aromas encerrados en frascos de legítimo caviar ruso, o en latitas redondas de sprätn ahumadas del Báltico.¡Ay, esas perfumerías de mi infancia!¿Y los perfumeros, o sea, los dueños?Primero, Nemirowsky, o sea el señor Pasteur y Corrientes. Nemirowsky - Pasteur y Corrientes era como el Valenti de aquella época: La gente hacía horas de cola para comprar exquisiteces.Ver trabajar a Nemirowsky era tan fascinante como ver trabajar a un encantador de serpientes. Cuando mi bobe le pedía un arenque, él, con un delantal lleno de, manchas y las mangas de la camisa abotonadas alrededor de la muñeca, metía la mano, el brazo y, por>supuesto, la manga de la camisa en las profundidades de la salmuera espesa, pescaba a un arenque y se lo mostraba esperando su aprobación.Supongo que no hace falta comentar que el aroma que despedía el famoso perfumero no era precisamente parisino.Nemirowsky siempre tenía dos barriles de arenques. Uno con arenques comunes de un peso. El otro ¡oy, vey, el otro!, con gordos, grasosos y sublimes úlikes de dos pesos.Súbitamente, un sábado por la mañana y sin que nadie hubiera preanunciado nada , apareció un tercer barril con una pizarrita negra en la que había escrita una frase irresistible: "Arenques muy especiale, $3c/u. Sólo dos por persona".¡¿¡Tres pesos por un solo arenque!?!Mi bobe Esther y yo llegamos en pleno caos. Los clientes patinaban entre charcos de salmuera, batallaban por llevarse dos arenques reglamentarios y -ostentando una mueca glotona en sus caras- huían apretándolos contra sus pechos para devorarlos en la soledad de sus casas(este párrafo es puro schmaltz).Mi abuela, al ver esto, le dice a monsieur le perfumiste:Deme un arenque de tres pesos para probar señor Nemirowsky, y el tipo, que sabía muy bien quien era quien en ese universo llamado Once, va y le contesta: -Esos arenques son para negocio puro, no para Ud. Frau Schusshein.-¿No para mí? ¿Y se puede saber por qué?Porque esos arenques son para negocio puro, repite el vendedor de arenques.-¿Y que quiere decir negocio puro?Nemirowsky mira nervioso hacia todos lados, baja la voz y confiesa:-Porque en ese barril pongo los arenques que se están poniendo feos en los otros barriles, frau Schusshein.Después estaba Bruselowsky.Bruselowsky era el lugar más caro y, por lo tanto, el más fino.Un gran mostrador de maderaen forma de U cercaba a Bruselowsky , a Victor- su empleado de confianza -, a la señora Bruselowsky y a tres enormes estanterías, repletas hasta el techo de latas, frascos, bolsas, paquetes, pomos y paquetitos.Allí se podían comprar arenques y pan Goldstein como en lo de Nemirowsky y un pastrom que se deshacía de tan tierno, pero también, y principalmente, especias y productos de todo el mundo.Había jalvá griego, vodka polaca, bacalao noruego, slivovitz checa, guindado uruguayo, anchoas portuguesas, sardinas dinamarquesas, y hasta iguerkes y matze bien criollos.Pero el producto más exótico que había en lo de Bruselowsky no era comestible, sino morocho, Victor.Victor tenía la piel cetrina y el pelo negro engominado y peinado hacia atrás, lo que le daba aspecto de ¿rumano?, ¿húngaro?,Turco, efcher? Su aspecto sufrido lo hacía parecer un hombre con pasado tormentoso.A pesar de esa fisonomía curiosa en un judío, Victor atendía a todo el mundo en un castellano tan perfecto que hasta tenía un pequeño dejo provinciano; un castellano que solo abandonaba cuando tenía que sumar. Entonces farfullaba muy rápido en ídish finef un dratzig, ain un zvonzig, zibn un fiftzig....-Son dieciocho sesenta. Por favor, pague en la caja.Muchos años después de haberlo conocido y con el típico desprejuicio adolescente, después de una compra y su correspondiente suma en idish, me animé y le preguinté de golpe:Disculpe,Victor, pero Ud., ¿En que parte del mundo nació?- Me miró como sorprendido y me contestó con la misma naturalidad con que farfullaba el idish que le venía escuchando al viejo Bruselowsky desde hacía no sé cuantos años:- ¿Io? Pues en Lules, en Tucumán...¿Ahora entienden lo de la fisonomía?Y finalmente, Szmedra. Pero no Szmedra de Junin, sino el legítimo y original Szmedra de Uriburu.Para mí, Szmedra equivalía a domingo. Los domingos de invierno íbamos a lo de los gringos, que eran mis falsos tíos Max y Guitcha, Oleg y Lanka y Múndek. Amigos de papá desde la infancia y sobrevivientes del ghetto, vivían en la esquina se de Terrero y Galicia, y en el comedor- patio cerrado - living -cocina - de esa casita, los domingos por la tarde se hacía té-cena.A las cinco en punto de la tarde de los domingos, en vez de llorar por Ignacio Sanchez Mejía, mi padre y yo entrábamos en el ruedo de Szmedra. A la izquierda, tres mesitas de hierro fundido con tapas de mármol blanco. A la derecha , un largo mostrador también de mármol blanco. Mientras la clientela bramaba de impaciencia , la señora Szmedra anunciaba la salida del leberwurst caliente a la plaza . En ese momento hacía su entrada el mismísimo Szmedra con una olla del tamaño de una vaca y empezaba asacar de adentro unos leberwurschtn largos, deformes y humeantes; cortaba sin vacilar uno al medio con un corte en diagonal que hacía que el leber se rindiera instantanemente a y me ofrecía una rodaja, con el mismo gesto con el que el torero brinda una montera.Ese leberwuscht caliente y apenas amargo era una de las delicias más grandes del mundo. Ni siquiera los manojos de salchichas debrecziner, ahumadas y picantes, ni las fetas del pastrom jugoso y recién horneado que mi papá también compraba se le podían comparar.Esas heladas tardes en lo de los gringos, con un samovar de bronce lleno de agua hirviendo en el centro de la mesa y la esencia del té en su pavita arriba y, rodeando al samovar, platos y platos de esos maravillosos fiambres; paneras llenas de rodajas de kimmel broit fresco y tibio y de aquellos plétzalaj duritos con cebolla y semillitas de amapola; fuentes con pepinos agridulces, rabanitos en rodajas con queso blanco y crema, pescado ahumado, spratn y artenques con cebolla; torta de queso, dulces caseros y leicaj recién sacado del horno; esos domingos representaban para los mayores el ritual de los viejos amigos del schtetl, el kumzits ancestral.Pero para mí, eran el momento en que se sacrificaban y santificaban las promesas cumplidas de los Tres Grandes y Famosas Perfumerías Idishes del Once.
Jorge Schussheim

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