jueves, 30 de julio de 2009

A modo de prólogo



El siguiente artículo es la síntesis (aunque largo) de lo que siempre pensé que debía ser el objetivo de este blog, tal como lo manifesté desde un comienzo; narrar pedazos de vida, de vivencias de una época, que como decía Gardel, "Que ya nunca volverá".
Norberto Kleiman es un excelente narrador que describe con sencillez y frescura, toda una época. Los que hemos nacido en los cuarenta, estos chispazos de vida nos harán recordar experiencias comunes, porque, ¿quien no ha tratado de cantar las letras publicadas en "El alma que canta" o intentado aprender, aunque sea de oído, a tocar un instrumento o como en mi caso, sentarme junto a la profesora de piano, la "Pocha", para tocar a cuatro manos? ¿Y el helado después de la operación de amígdalas? Situaciones comunes que muchos hemos vivido, marcadas por un tiempo que corría con menos sobresaltos y menos prisa.




PEDACITO DE CIELO




"...los años de la infancia, pasaron, pasaron...". ¡Qué hermosa noche!; el cielo estrellado, la música a lo lejos, la luna, los grillos y una gran paz. El contacto con la tierra, el olor del pasto, podría quedarme indefinidamente así, acostado de espaldas mirando al cielo; es verdad que en el campo el cielo es más límpido, hasta parece que hubiese más estrellas. " En el cielo, las estrellas; en el campo,...".
Cada tanto, alguna estrella titila; parece como si alguien me guiñara el ojo.
No me gustaba recitar, pero igual tenía que hacerlo; me subían a una silla y, desde allí y a pedido de mi público que me rodeaba, recitaba. El público eran mis abuelos, mis tios y mis padres, por supuesto. Y yo recitaba con "alemanes ", moviendo mis manitos. Tampoco me gustaba que mis tías me disfrazaran de Carmen Miranda pero, como era hijo único, sobrino único y nieto único, me lo tenía que aguantar; era el costo por tener ese privilegio. ¿ Cuánto tendría ?, ¿ tres años ?. Y, sí, porque a los cuatro grabé mi primer disco; en la exposición que había en la avenida 9 de julio para el primer aniversario de la revolución del 43; era un disco de cartón, " cuatro de junio, la la la la, la la la, de la historia, ta ta ta ta ta, ta ta ta ta ta, tan ta ta, tan ta ta, ta ta ". "
Y siempre igual, teléfono ocupado, mozo marche un cortado y diga cuanto es "; imitaba a Alberto Castillo. "Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con c, café, café "¡Era un artista!, perdónalo, Señor, no sabe lo que hace!.


Era un niño precoz, una especie de Pierino Gamba; y la referencia no es casual, ya que, según me contaron - porque lo que es yo, sinceramente, no me acuerdo una pepa - un año antes había "dirigido" la orquesta en el casamiento de una de mis tías. Al año siguiente llegó la consagración, " nació, de ti, buscando una canción que nos uniera, y hoy sé, que es cruel, brutal quizá el castigo que te doy, sin palabras ...".¡ Sin palabras !, un éxito, ¡ un exitazo !; me escuchaban en todas partes; en la casa de mis tíos, en lo de mis abuelos y ni hablar en mi casa. Recién unos cuantos años después apareció alguien que cantaba como yo: Ranko Fujisawa; ella también cantaba por fonética, como me imagino debía hacer yo. ¡Señor, perdónalo, no sabe lo que hace!, ni lo que dice. Porque, ¿qué idea podía tener, a esa edad, de lo que significaba cruel, brutal, castigo? Lamentablemente - ¿o debería decir por suerte? - no ha quedado documentación de la época - salvo una foto en la que estoy arriba de un "petiso" en Palermo, a pesar de lo cual no salí burrero - y, en consecuencia, no he podido saber si para las grabaciones me vestían de "marinerito" - como a Gardel - o me ponían el " tapadito " que me había hecho mi tía Lydia, el mismo que tengo puesto en la foto de Palermo (circa 1945).
A ese mismo período, aproximadamente, corresponde también el recitado del poema, " los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor..." La veta artística la heredé de mi viejo; de tal palo, tal astilla, que le dicen. "...la reja está dormida, de tanto silencio...".
Para poder consolidar mi carrera artística, me tuvieron que extirpar las amígdalas - que en esa época se llamaba operar de la garganta - pero, para evitar que me traumatizara, me dijeron que me iban a llevar a comprarme un poncho - evidentemente, yo debía querer tener un poncho, vaya uno a saber por qué y para qué - y, después, a tomar helado. Lo único que recuerdo, es que me sentaron sobre las piernas de mi madrina y me pusieron un algodón en la cara. Cuando me desperté, el algodón - no sé si era el mismo - me lo estaban pasando por la cola. Mis amígdalas habían pasado a mejor vida. No tuve el poncho, pero sí me dieron helado.
En una foto posterior a esta época, en la que estamos mi hermano menor y yo montando sendos "petisos " en Palermo, mi hermano tiene puesto un poncho; de manera que, o a mí me compraron el poncho, que al quedarme chico pasó a mi hermano, o bien a él también le extirparon las amígdalas; esto último es lo más probable, ya que, unos años después, mi hermano también cantaba. La nuestra era una familia de artistas.
Muchos años después, cuando vi lo que le hicieron a " Farinelli " perdoné definitivamente a mis padres pues comprendí que pueden suceder cosas peores en la vida de un artista. Dentro de todo, no nos podemos quejar; tanto mi hermano como yo tenemos voz gruesa, aunque, quién puede saber como habrían sido nuestras vidas con voz finita. "...y en aquel pedacito de cielo, se quedó tu alegría y mi amor...".

La terraza de la pensión " Apolo " - Tucumán 950, frente a la casa de mis abuelos maternos - es el nuevo escenario de mis aventuras artísticas. En la misma pensión vivía "otro" gran artista, el maestro Andrés Chazarreta, folklorista (¿habrá sido por eso lo del poncho?). Habían llegado unas familias sanjuaninas que habían perdido sus casas por el terremoto.
Yo jugaba con los chicos en la terraza; tenía una pequeña bici y, como ya había aprendido a andar, le habían sacado las rueditas. Practicaba con la bici - seguramente para trabajar en algún circo, supongo - haciendo piruetas cuando en una de esas perdí el equilibrio y me caí, con tan mala - o buena - suerte que el manubrio me aplastó - ¡ ay, qué dolor ! - el dedo gordo de la mano derecha; el dedo se me hinchó y se puso todo negro. Me dijeron que se me iba a caer la uña, pero que no importaba porque volvería a crecer, pero mientras me iba a tener que hacer baños calientes con agua de alibur. Estaba mi mamá intentando convencerme de que el agua no estaba muy caliente, cuando tuve la suerte - ¿buena o mala? - de que llegara mi abuelo Pedro. Mi abuelo era muy alto; era bueno, pero tenía un carácter muy fuerte - era muy autoritario - y poca paciencia. ¿ Por qué no metés el dedo ?. Está muy caliente. ¿ Por qué no probás ? Está muy caliente. Probá. Está muy...; me agarró la mano derecha y con fuerza intentó meterla en el recipiente; el agua de alibur se fue a la mierda, a mí me mandó al carajo y mi abuelo se retiró indignado y vencido. Con los años aprendí que los genios hemos sido siempre incomprendidos por nuestros contemporáneos, aunque fuesen de la familia. Y con don Andrés Chazarreta aprendí la importancia de las uñas, para ser buen guitarrero.


"...los años de la infancia, pasaron, pasaron,...".
Sigo sobre la tierra; arriba está el cielo y de allí viene la música, lejana; ese croar, ¿ serán sapos o ranas ? Asociación libre, recordé a la profesora de piano de mi infancia.
Ya tenía más de seis años porque vivíamos en Almagro, en Sarmiento 3815, planta baja, "B" - Sarmiento y Bulnes - frente a la placita. Yo quería estudiar piano; mi amigo Osvaldo estudiaba piano con un buen profesor, pero había que viajar; así que fui a una profesora que quedaba a la vuelta de casa, en Bulnes entre Sarmiento y Valentín Gómez. No estudié mucho tiempo; no puedo emitir juicio alguno acerca de su idoneidad profesional; no estaba en condiciones de juzgarla y - para ser sincero - ni siquiera sé si era eso lo que más me importaba en aquel momento, es más, honestamente, creo que no era lo que más me importaba ni fue ese el motivo por el que dejé a mi profesora. Lo que realmente me alejó de ella fue que era fea; no era muy vieja ni muy fea, solamente fea y con eso me bastaba. Tenía granos en la cara, ruleros en el pelo y olía a " Manuelita " - Divino Tesoro - no la de Pehuajó, sino la de Jabón Federal.






Tal vez yo no tenía muy desarrollado mi criterio musical, pero, evidentemente, sí mi criterio estético. Creo que también está claro que, para esa época, ya no me alcanzaba con la belleza espiritual, estaba empezando a necesitar cosas más materiales. Imagino que mis fantasías debían ser convertirme en el Príncipe Kalender - el del programa de medias Himalaya - y terminar, como en el aviso de un famoso perfume, besándome con la violinista. Si bien me llevó muchos años reponerme de esa experiencia y reencontrarme con el piano, nunca abandoné la música. Siempre me gustó la música, siempre me gustó el piano; nunca me gustaron las mujeres feas. Sonará duro, pero es la verdad. Con el tiempo comprendí que, en realidad, no tenía ninguna importancia si las profesoras de piano eran lindas o feas porque en esa época los que estudiaban piano eran o nenas o nenes de mamá, es decir, mariquitas; mi amigo Osvaldo era la excepción a la regla.
Yo todavía tenía que demostrar qué era; para lo cual, primero tenía que tener claro quién era, lo que no me resultaba nada fácil. Con una mamá miedosa y sobreprotectora y rodeado de mujeres - mis tías y las primas de mis tías - a las que, además, les parecía muy divertido pintarme y disfrazarme de Carmen Miranda - como ya les conté - que actualmente no juegue con muñecas, es un milagro. ¿Por qué cuando íbamos a jugar a la pelota a la placita o a la cortada "de" Valentín Gómez, a mi me ponían siempre de arquero?; todo el mundo sabe lo que eso significa, que era un patadura. La confirmación de que mi porvenir no estaba en mis piernas la tuve cuando mi tía Sofi intentó enseñarme a bailar, era un tronco. Pero, como en ese entonces, bailar era la única forma de poder abrazar a una chica, no había alternativa, había que bailar. Y bailé; todavía sigo bailando y no pierdo la esperanza de que algún día aprenda.
Creo que, recién entonces, comencé a percibir lo que de alguna manera había intuido pero no había podido descubrir con mi profesora de piano, la sensualidad de la música.
"Arrorró mi niño, arrorró mi sol..."; "duerme ya, duerme ya..."; la canción de cuna, el primer contacto con la música y con la sensualidad.
" Cantando yo le dí mi corazón de amor y desde que él se fue, yo canto mi dolor. Cantando lo encontré, cantando lo perdí; porque no sé llorar, cantando he de morir ".
Ana - Anita, morocha y entrerriana - trabajaba en mi casa de Almagro; cantaba todo el día y estaba enamorada de Julio Martel, eso decía. Los sábados a la noche, cuando mis papás salían, se metía en mi cama - vestida - y era lindo.
Escuchábamos el " Glostora Tango Club ", con la orquesta del maestro Alfredo D'Angelis, con sus cantores Carlos Dante y Julio Martel.
“Viene serpenteando la quebrada, la pastora, su majada y su tarararará..." Yo estaba enamorado de esa pastora "rubia del color de los trigales", pero era un amor imposible porque se había caído al pedregal (?) y de allí no iba a volver porque una estrella se la había llevado a " donde se va sin regresar " (?) y por esa razón ya no iba a escuchar más " su tararararará ". Me ponía triste y sufría mucho con este amor imposible; todavía no estaba preparado para el amor posible.
Las estrellas siguen ahí, en el cielo, arriba mío; cada tanto, titilan; ¿ cuál de ellas será la que se llevó a mi pastora ?.
"...los años de la infancia, pasaron, pasaron...
En el corso de Avenida Saenz - en Pompeya - conocí las murgas y en el Cine-Teatro Medrano - de Corrientes y Medrano - las comparsas; esos fueron mis primeros contactos con el arte "underground".
Mi papá me regaló una armónica; por ahora solamente toco " La Paloma "- "... ¡ay ay ay, paloma del alma mia ! ..." - pero cuando crezca y sea grande voy a ser famoso como Hugo Diaz.
"...la reja está dormida, de tanto silencio..."
Si pudiese recordar - con claridad - exactamente en qué momento comenzó a pasar algo, o en qué momento empezó a dejar de pasar algo, tal vez podría entender mejor algunas cosas.

" De poeta y de loco, todos tenemos un poco ". Por ejemplo, ¿cuándo empecé a ser poeta y cuándo empecé a dejar de serlo, si es que alguna vez lo fui? Aparentemente - por lo que yo recuerdo - lo fui a los ocho años. A esa edad escribí un poema sobre el " Rastreador Fournier " o, mejor dicho, sobre su hundimiento, que fue publicado en la revista " Mundo Infantil " de la editorial Haynes. El " Rastreador Fournier " desapareció en las "frías" aguas del océano Atlántico. Recuerdo que lo que más me impactó en aquel momento - por alguna razón que aún hoy no comprendo - fue lo de "frías" aguas. Como si el frío lo hiciese más trágico, o más terrible, o más doloroso. No sé que pasó con el poema, si sé que pasó con la editorial Haynes: desapareció, igual que el Rastreador; ¿y con el poeta, qué pasó? ¿Cuándo dejé de ser poeta, si es que alguna vez dejé de serlo?; no lo sé; sólo sé que muchos años después, cuando hundieron al " General Belgrano ", en esas mismas frías aguas, yo no escribí ningún poema. "...y en aquel pedacito de cielo..."
¿Y con el artista niño, qué pasó, qué hice con él? ¿ Le habré hecho lo mismo que le hicieron a "Farinelli" o, simplemente, creció y se olvidó de jugar ?. Hoy ya no me interesan las explicaciones, sólo me importa recuperar los recuerdos.
" Tantas cosas ya se han ido al reino del olvido...".
Después fui al comercial; después estudié economía; después hice cine publicitario; estuve muchos años al lado de un artista que había estudiado arquitectura, que había estudiado música y era director de cine; ¿ y ahora que?
"...no es que no vuelva porque te he olvidado, es que perdí el camino de regreso...".
Si, como Pulgarcito, hubiese ido arrojando guijarros, en lugar de miguitas, tal vez...
En el cielo, las estrellas parecen guijarros brillantes...
"...los años de la infancia, pasaron, pasaron; la reja está dormida de tanto silencio y en aquel pedacito de cielo, se quedó tu alegría y mi amor...".
Ahora, en aquel pedacito de cielo, mi viejo me guiñó el ojo.


Norberto Kleiman – 1997.

domingo, 14 de diciembre de 2008

LAS TRES GRANDES Y FAMOSAS PERFUMERIAS IDISHES DEL ONCE

No soy muy amigo de copiar artículos que circulan por Internet y menos cuando no aparece su autor pero en este caso el relato que me ha enviado mi viejo amigo Norberto Kleiman merece ser colgado en esta página que a poco de rastrear su origen lo encontré en http://elcuerpodecristo.com/article/72 . Más de un paisano de la colectividad recordará seguramente el barrio del once por los años cuarenta y quien no, estos tres grandes clásicos del Kosher tan bien descriptos por Jorge Schussheim.


No sé que edad tendrán Uds., pero cuando yo era chico, allá por los años 40 (1940, no 1840) y entre judíos, alguien decía "NEMIROWSKY, BRUSELOWSKY, SZMEDRA", entre judíos se comprendía instantáneamente que se estaba hablando de la esquina de Pasteur y Corrientes, o que uno pensaba ir a Junin entre Lavalle y Corrientes, o que se acababa de regresar desde Uriburu entre Lavalle y Tucumán, direcciones donde funcionaban las tres grandes y famosas perfumerías ídishes: Según una señora descendiente de los propietarios de almacén de Corrientes y Pasteur, cuyo apellido era Nemirowsky, yo no debería referirme a este almacén como Nemirowsky, sino como Corrientes y Pasteur, ya que en realidad el Nemirowsky que atendía el almacén no era el verdadero Nemirowsky, y a ella ese detalle la ha afectado enormemente. (Esta es otra muestra del indomable espíritu que alienta a los judíos). Con respecto a esta denominación, les aviso que si alguien les dice que no eran las tres más grandes y famosas perfumerías ídishes del Once, sino clásicos almacenes para la colectividad judía, por favor, no le crean.Almacenes podían parecer si se los veía desde afuera.¡Porque lo que era cuando uno entraba...!Los primeros aromas concentrados, dependiendo de si se ingresaba Nemirowsky, a Bruselowsky, o a Szmedra - eran también en ese orden - el de los úlikes y schmaltz, herings, el de los pepinos agridulces y el del leberwurscht recién hecho. Inmediatamente seguían el del kimmel broit Goldstein, el de la lisa ahumada y el del pastrom caliente.En las tres perfumerías, también se olía ácida y maravillosamente a chucrut guardado en barriles de madera, a queso blanco con cebollitas de verdeo o con páprika, a smétene fresca, a jugoso salchichón de pato (nunca supe porqué se llamaba de pato, ya que , por supuesto, descarto cualquier posibilidad de que se elaborara con pato. Quizás aludía a la condición del cliente), a las terroríficas cantidades de ajo de los wurschtn que colgaban del techo; a miel y a léicaj y a Knishes y a béigalaj y a matze y hasta en ocasiones, uno creía percibir lejanísimos aromas encerrados en frascos de legítimo caviar ruso, o en latitas redondas de sprätn ahumadas del Báltico.¡Ay, esas perfumerías de mi infancia!¿Y los perfumeros, o sea, los dueños?Primero, Nemirowsky, o sea el señor Pasteur y Corrientes. Nemirowsky - Pasteur y Corrientes era como el Valenti de aquella época: La gente hacía horas de cola para comprar exquisiteces.Ver trabajar a Nemirowsky era tan fascinante como ver trabajar a un encantador de serpientes. Cuando mi bobe le pedía un arenque, él, con un delantal lleno de, manchas y las mangas de la camisa abotonadas alrededor de la muñeca, metía la mano, el brazo y, por>supuesto, la manga de la camisa en las profundidades de la salmuera espesa, pescaba a un arenque y se lo mostraba esperando su aprobación.Supongo que no hace falta comentar que el aroma que despedía el famoso perfumero no era precisamente parisino.Nemirowsky siempre tenía dos barriles de arenques. Uno con arenques comunes de un peso. El otro ¡oy, vey, el otro!, con gordos, grasosos y sublimes úlikes de dos pesos.Súbitamente, un sábado por la mañana y sin que nadie hubiera preanunciado nada , apareció un tercer barril con una pizarrita negra en la que había escrita una frase irresistible: "Arenques muy especiale, $3c/u. Sólo dos por persona".¡¿¡Tres pesos por un solo arenque!?!Mi bobe Esther y yo llegamos en pleno caos. Los clientes patinaban entre charcos de salmuera, batallaban por llevarse dos arenques reglamentarios y -ostentando una mueca glotona en sus caras- huían apretándolos contra sus pechos para devorarlos en la soledad de sus casas(este párrafo es puro schmaltz).Mi abuela, al ver esto, le dice a monsieur le perfumiste:Deme un arenque de tres pesos para probar señor Nemirowsky, y el tipo, que sabía muy bien quien era quien en ese universo llamado Once, va y le contesta: -Esos arenques son para negocio puro, no para Ud. Frau Schusshein.-¿No para mí? ¿Y se puede saber por qué?Porque esos arenques son para negocio puro, repite el vendedor de arenques.-¿Y que quiere decir negocio puro?Nemirowsky mira nervioso hacia todos lados, baja la voz y confiesa:-Porque en ese barril pongo los arenques que se están poniendo feos en los otros barriles, frau Schusshein.Después estaba Bruselowsky.Bruselowsky era el lugar más caro y, por lo tanto, el más fino.Un gran mostrador de maderaen forma de U cercaba a Bruselowsky , a Victor- su empleado de confianza -, a la señora Bruselowsky y a tres enormes estanterías, repletas hasta el techo de latas, frascos, bolsas, paquetes, pomos y paquetitos.Allí se podían comprar arenques y pan Goldstein como en lo de Nemirowsky y un pastrom que se deshacía de tan tierno, pero también, y principalmente, especias y productos de todo el mundo.Había jalvá griego, vodka polaca, bacalao noruego, slivovitz checa, guindado uruguayo, anchoas portuguesas, sardinas dinamarquesas, y hasta iguerkes y matze bien criollos.Pero el producto más exótico que había en lo de Bruselowsky no era comestible, sino morocho, Victor.Victor tenía la piel cetrina y el pelo negro engominado y peinado hacia atrás, lo que le daba aspecto de ¿rumano?, ¿húngaro?,Turco, efcher? Su aspecto sufrido lo hacía parecer un hombre con pasado tormentoso.A pesar de esa fisonomía curiosa en un judío, Victor atendía a todo el mundo en un castellano tan perfecto que hasta tenía un pequeño dejo provinciano; un castellano que solo abandonaba cuando tenía que sumar. Entonces farfullaba muy rápido en ídish finef un dratzig, ain un zvonzig, zibn un fiftzig....-Son dieciocho sesenta. Por favor, pague en la caja.Muchos años después de haberlo conocido y con el típico desprejuicio adolescente, después de una compra y su correspondiente suma en idish, me animé y le preguinté de golpe:Disculpe,Victor, pero Ud., ¿En que parte del mundo nació?- Me miró como sorprendido y me contestó con la misma naturalidad con que farfullaba el idish que le venía escuchando al viejo Bruselowsky desde hacía no sé cuantos años:- ¿Io? Pues en Lules, en Tucumán...¿Ahora entienden lo de la fisonomía?Y finalmente, Szmedra. Pero no Szmedra de Junin, sino el legítimo y original Szmedra de Uriburu.Para mí, Szmedra equivalía a domingo. Los domingos de invierno íbamos a lo de los gringos, que eran mis falsos tíos Max y Guitcha, Oleg y Lanka y Múndek. Amigos de papá desde la infancia y sobrevivientes del ghetto, vivían en la esquina se de Terrero y Galicia, y en el comedor- patio cerrado - living -cocina - de esa casita, los domingos por la tarde se hacía té-cena.A las cinco en punto de la tarde de los domingos, en vez de llorar por Ignacio Sanchez Mejía, mi padre y yo entrábamos en el ruedo de Szmedra. A la izquierda, tres mesitas de hierro fundido con tapas de mármol blanco. A la derecha , un largo mostrador también de mármol blanco. Mientras la clientela bramaba de impaciencia , la señora Szmedra anunciaba la salida del leberwurst caliente a la plaza . En ese momento hacía su entrada el mismísimo Szmedra con una olla del tamaño de una vaca y empezaba asacar de adentro unos leberwurschtn largos, deformes y humeantes; cortaba sin vacilar uno al medio con un corte en diagonal que hacía que el leber se rindiera instantanemente a y me ofrecía una rodaja, con el mismo gesto con el que el torero brinda una montera.Ese leberwuscht caliente y apenas amargo era una de las delicias más grandes del mundo. Ni siquiera los manojos de salchichas debrecziner, ahumadas y picantes, ni las fetas del pastrom jugoso y recién horneado que mi papá también compraba se le podían comparar.Esas heladas tardes en lo de los gringos, con un samovar de bronce lleno de agua hirviendo en el centro de la mesa y la esencia del té en su pavita arriba y, rodeando al samovar, platos y platos de esos maravillosos fiambres; paneras llenas de rodajas de kimmel broit fresco y tibio y de aquellos plétzalaj duritos con cebolla y semillitas de amapola; fuentes con pepinos agridulces, rabanitos en rodajas con queso blanco y crema, pescado ahumado, spratn y artenques con cebolla; torta de queso, dulces caseros y leicaj recién sacado del horno; esos domingos representaban para los mayores el ritual de los viejos amigos del schtetl, el kumzits ancestral.Pero para mí, eran el momento en que se sacrificaban y santificaban las promesas cumplidas de los Tres Grandes y Famosas Perfumerías Idishes del Once.
Jorge Schussheim

jueves, 16 de octubre de 2008

JUGAR A LAS FIGURITAS











Cuando uno recuerda de que manera pasábamos la tarde después del cole, entre la taza de Toddy, el pan francés untado con mateca y azucar, los deberes y la vereda para jugar, tiene la sensación de haber vivido en otro planeta.
A esta generación digitalizada tecnológicamente se opone aquella otra ingenua y artesanal como sus propios juegos porque el balero, las bolitas, el yo-yo, el rango y mida, la pelota y las figuritas, se curtían en la vereda del barrio y no sentados en compartimientos estancos de un ciber.
Durante el año había temporadas para cada juego así que por momentos predominaba el balero con su bocha adornada de abundantes tachuelas, las bolitas que rodaban hacia el pequeño hoyo en la tierra que con un soplido lo limpiábamos y pasábamos la palma de la mano a su alrededor para quitar cualquier basurita como si se tratara de una cancha de bochas o las figuritas de cartón con los rostros de artistas, jugadores de futbol y los campeones del automovilismo.



El único juego que no tenía temporadas era el de la pelota. Cualquier ocasión era buena para armar un equipo, formar montículos con ladrillos, latas o lo que tuviéramos a mano para marcar la boca del arco y disponernos a jugar un picado en el potrero.



Todo era más ecológico como diríamos hoy incluyendo una pared, aquel trozo de muro preferentemente de revocado fino que hiciera un ángulo limpio con la vereda para poder jugar a las figuritas que venían de a cinco en pequeños sobres de papel y aparte el album para coleccionarlas. Las hubo troqueladas en forma circular, oval y rectangular pero algunos recordarán las de metal también conocidas como “chapitas”.
El premio para quien lograra llenar el álbum era casi siempre una bicicleta o un par de patines pero para mantener un ritmo de venta el fabricante omitía incluir a determinados jugadores en la colección o lo hacía cada tanto de manera que en el afán de conseguir “las dificiles”, aquellas que permitieran completar el album, nos obligaba a comprar más o conseguirlas jugando.
Había un placer casi sensual al manipular la pila de figuritas para contarlas y saber cuanto era nuestro capital, haciéndolas deslizar con el pulgar de una mano a la palma de la otra destacándose claramente las nuevas de las gastadas por el constante ajetreo de un jugador a otro.
Y el desafío era como jugar al poker, teníamos la esperanza de ganar más figuritas arriesgando muchas veces las pocas que poseíamos y con el agregado de hacernos con aquellas difíciles que al final nuestro contrincante tenía que largar sin más remedio ante su mala suerte.
La "tapadita"” era una manera de jugar pero por lo general había que tener más figuritas que jugando al "revoleo". El primero era un juego simple, solo había que apoyar la figurita contra la pared a un metro del suelo, soltarla y a medida que el piso se llenaba con ellas había más posibilidad que una cayera sobre otra tapándola parcial o totalmente, condición para ganar la partida y llevarse todas. La caida dependía muchas veces de alguna tenue brisa que cruzaba la zona de juego con lo cual el jugador tomaba sus precauciones para desplazar el punto de lanzamiento más a la derecha o la izquierda intentando una tapadita certera.
La otra modalidad de juego consistía en ponerse a una distancia de la pared acordada entre los jugadores que podían ser más de dos a diferencia de la "tapadita" y cada uno a su turno lanzaba su figurita. El que conseguía arrimarla más cerca de la pared tenía la prioridad de recogelas y revolearlas hacia arriba y al caer, las que quedaban con la imagen hacia arriba (cara), pasaban a ser de su propiedad y las que quedaban hacia abajo (seca) eran recogidas por el siguiente jugador que hacía lo mismo. El turno para revolearlas dependía del orden con que se habían aproximado las figuritas a la pared. Pero si alguno de los jugadores al iniciar la partida hacía un "espejito", es decir, conseguir que la figurita quedara parada sobre la vereda y apoyada contra la pared, tenía la prioridad de revolearlas.
Maneras simples, ingenuas y emocionantes de pasar la tarde sin joystick ni gamepad.

miércoles, 6 de febrero de 2008

AQUELLAS VIEJAS "PIOJERAS"


Por Julio di Risio



Una tarde de 1947, viviendo yo con una tía en el barrio de Almagro y aprovechando el solcito de abril, me fui a caminar por la Avenida Rivadavia hacia un cine que quedaba cerca de Plaza Once, el ya viejo entonces cine Armonía, una de las tantas “piojeras” como le llamaban a esas salitas viejas, sucias, rotas, con olor a humedad, a pis y con una pantalla que ya no era blanca y encima estaba perforada a piedrazos.
Por supuesto, mi tía me tenía prohibido ir a esos cines (era una salida clandestina) pero la entrada costaba muy poco y daban hasta cuatro películas en un mismo programa. De más esta decir que he frecuentado bastante este tipo de sala, o sea que debo haber visto más de 100 películas en ese emocionante «estado de clandestinidad».
Esa tarde de Semana Santa la película no era ninguna sorpresa, ya que se trataba de “La Pasión”, como solíamos llamar a la versión cinematográfica de «Vida Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo», que se pasaba todos los años para esa misma fecha. Era una vieja versión muda y con íntertítulos[1] a la que habían musicalizado con temas Sacros desde el principio hasta el final. Un tiempo más tarde me enteré que era una versión realizada por Ferdinand Zecca en la década del 10 y que había otra del mismo director y de la misma época que figuraba en un amarillento afiche del hall del cine »Las víctimas del alcoholismo», pero que a mi no me dejaban entrar por ser menor de edad.
El público que había esa tarde en el Armonía no era ni más culto ni más serio que el de costumbre, por lo tanto al ver los movimientos acelerados de Jesús llevando la Cruz, que se debían a su primitiva filmación a 16 cuadros por segundo[2], el público, si se le podía llamar así, se mataba de risa.
Pero esa tarde sucedió algo que marcó un cambio importante en mi, la sombra de un pájaro que revoloteaba irreverente sobre las imágenes del Via Crusis me llevó la mirada hacia la luz de la proyección y descubrir al pobre animalito que los muchachones de la pullman habían soltado en la sala y que se enloquecía buscando una salida entre la luz y las sombras. El pajarito logro escapar pero yo me quedé como hipnotizado mirando ese cono de luz que cambiaba de densidad y que se achicaba hacia el fondo de la sala, hasta convertirse en un punto dentro de una pequeña ventanita. Allí había algo desconocido, mágico, que me atrapaba tanto o más que las imágenes en la pantalla.
Hubo un tiempo en que no podía concentrarme en el argumento de las películas, me distraía esa luz en movimiento que brotaba de aquella ventanita misteriosa, allá arriba en la oscuridad, al final de la sala.

1 - Títulos de transición que se utilizaban en el cine mudo para mantener la continuidad (sintetizada) de los diálogos. La continuidad temporal: «unos meses después», también estaba cubierta con intertítulos.

2 En los primitivos films mudos la cadencia normal era de 16 cuadros por segundo. Con la llegada del sonido, hubo que modificar la velocidad a 24 cuadros por segundo, esta cadencia reproduce en forma normal la voz humana. Si se proyecta un film rodado a 16 c x s en un proyector sonoro (24 c x s), las imágenes se verán aceleradas. En consecuencia, la cadencia normal se obtiene únicamente proyectando la película a la misma velocidad con que fue filmada.


domingo, 3 de febrero de 2008

HISTORIAS COTIDIANAS

LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ pretende ser un verdadero ejercicio para la memoria y extraer de ella, la mayor cantidad de recuerdos posibles para sumarlos a la historia de nuestro país que no solamente la integran los próceres, figuras prominentes y acontecimientos importantes sino también, los hechos cotidianos que le dan soporte a nuestra idiosincrasia.De manera que no habrá limitaciones de ningún tipo, todo cabe en este lugar, desde un programa de radio, pasando por marcas de cigarrillos hasta el recuerdo de un anuncio publicitario. A medida que vayan llegando esos recuerdos, los iré organizando por rubro

EL DÍA QUE CONOCÍ A EISENSTEIN

Por Julio di Risio


«El cine formalista se dirige solamente a la emoción, mientras que el montaje intelectual da paso al proceso del pensamiento»
Sergei Eisenstein


Montevideo, verano del 54

Era una tarde muy calurosa y la lluvia se estaba acercando, se podía oler. Faltaban una o dos cuadras para llegar a la sala del SODRE. No quería dejar de pasar por allí antes de regresar a Buenos Aires. El cielo se oscureció y comenzaron a caer unas gruesas gotas. Unos segundos después, mientras una lluvia torrencial caía sobre las escalinatas, a resguardo miraba las carteleras : un ciclo de una semana conmemoraba la muerte de S. M. Eisenstein, de quien, hasta ese momento, sólo había oído hablar. Inmejorable ocasión.

Un presentador leía en el escenario una semblanza del realizador: «En la madrugada del 11 de febrero de 1948, escribiendo en su despacho un trabajo sobre el cine en color, S. M. Einsenstein muere sin haber visto estrenada la segunda parte de “Ivan”, prohibida por Stalin». Hacia el final, una introducción a «El Acorazado Potemkin» abría el ciclo.

El pesado cortinado se descorrió con el desagradable chirrido de la falta de grasa. Unos enormes títulos en ruso, grabados con gruesos caracteres, anunciaban, según el presentador que traducía desde un costado del escenario: «Un filme de S. M. Eisenstein, “El Acorazado Potemkin”». Trataré de abstraerme de todas las veces que vi esta película, algunas por placer, otras analizando su montaje, dejándome llevar por ese raro estremecimiento que me produjeron aquellas imágenes grises y mudas, hace ya muchos años.

El ruido lejano del proyector y el caer de la lluvia sobre el techo de zinc de la sala eran los únicos sonidos que acompañaban a aquellos marineros enfurecidos que se negaban a comer la sopa agusanada. Un oficial gesticulaba algo aparentemente grave. Un cartel y los sonidos del proyector y de la lluvia son cortados por el comentarista: «Tapen a los rebeldes con una lona y fusílenlos». Los compañeros se rehusan a disparar. Otro cartel : «¡Hermanos !». Los soldados giran sus fusiles y disparan sobre la oficialidad. En la cruenta batalla que se desarrolla en cubierta cae muerto el líder de la rebelión.

Los sonidos de la lluvia y del proyector que habían desaparecido por la intensidad de la acción, regresan con un título: «Odesa».

Es el puerto de Odesa. El pueblo junto a la tripulación del Potemkin, llora la muerte del líder. Se alzan voces y puños en alto avanzan hacia la gran escalinata. El comentarista traduce: «Los soldados disparan sobre el pueblo indefenso». Una madre con el hijo herido en sus brazos sube hacia ellos pidiendo: «No disparen, mi hijo esta herido. No disparen». Los soldados de frente siguen bajando y disparando sobre la mujer y el niño que quedan tendidos sobre la escalinata. Un cochecito de bebé se precipita velozmente por la escalinata. Más disparos, gente que corre, que rueda, que cae. La lluvia ha cesado mientras se escucha muy claramente la voz del comentarista: «La noche de espera».

Ahora sólo el intermitente sonido lejano del proyector acompaña las escenas de la tripulación expectante. La imagen cierra lentamente a negro. Es de mañana y asistimos al encuentro de un barco de la escuadra con el acorazado : planos de cañones que se alistan a disparar, marineros que suben corriendo por las escaleras de hierro, momentos de gran actividad en la sala de máquinas. El comentarista, con el ruido de ordenar y guardar sus papeles para irse, afloja la tensión en las risitas nerviosas que suscita. Concluye con un último cartel: «¡Hermanos !». En esta última escena la escuadra se niega a disparar. Hay abrazos de alegría y llantos de emoción. Aparece la palabra «Konek», y el ruidoso cortinado se cierra sobre el monumental filme.

Me quedé un rato sentado, mirando hacia donde había ocurrido todo eso. Ya en el hall, miré detenidamente cada foto del filme. Pensé en llevarme una, pero no me atreví. Quería guardar, conservar un momento, sin sospechar que cada uno de ellos me acompañaría toda la vida.

viernes, 25 de enero de 2008

LA MATINÉ DE LOS MIÉRCOLES









Durante muchos años viví en Wilde, en el sur del conurbano bonaerense. Entre los finales de los cuarenta y principio de los cincuenta, no me perdí una sola función matinée del cine Wilde donde los miércoles y en forma continuada, daban dos episodios de una serie de misterio o ciencia ficción que se completaba con dibujos animados, algún documental y noticieros como el español NO DO, Emelco y el Movitone norteamericano.
La mayoría de estas series habían sido filmadas al final de los años 30 y alguna en los 40. El personaje de la Sombra en la película La Sombra del terror por ejemplo, tenía como enemigo al Tigre Negro, un maldito que hasta el último capítulo nos mantuvo en vilo para saber quien era y que solo conocíamos por su silueta iluminada por una luz cenital y su voz, salía de la cabeza de un tigre. La Sombra, que vestía sombrero de ala baja y capa negra, dejando ver solamente sus ojos, se identificaba frente a su enemigo con una risa profunda (como en las películas de terror) al tiempo que decía con voz grave: “I am the Shadow”. Era el momento que todos esperábamos porque se agarraba a piñas con los secuaces del Tigre Negro y como todos estos personajes, siempre salía ileso, ni siquiera perdía el sombrero. Sobre el final de cada episodio cuando el muchachito o la muchachita estaban a punto de morir a causa de un derrumbe, explosión, incendio o quedaban sepultados por un alud de piedras, al miércoles siguiente, los protagonistas salían airosos, sacudiéndose el polvo de su ropa y volvían nuevamente a la acción. Sabíamos que no podían morir porque los héroes nunca mueren. La incógnita era saber como diablos se las iban a arreglar para escapar de esas situaciones.
¡Como disfrutábamos de aquellas películas! Eran simples, sin efectos especiales, con aceleraciones de cámara cuando había persecuciones con automóviles o en las escenas de tortazos, nada de la parafernalia tecnológica de hoy.
Nos identificábamos tanto con el protagonista que llegábamos a imitarlos, adoptando posturas, gestos y fonética casera en inglés, como camón boys, teiquidisi, amzorri mister...

El Imperio fantasma, otro clásico, donde el muchachito era Gene Autry, un comboy cantor y buen jinete, que se había metido en un berenjenal con unos tipos que habitaban el fondo de la tierra y para salir a la superficie, tenían que emplear máscaras para poder respirar. Curiosamente, los caballos no tenían necesidad de ellas.

Y las aventuras de Dick Tracy, un detective de cara angulosa del cual Fontanarrosa tuvo que haberse inspirado para hacer Boogy el Aceitoso, que comba-tía a los delincuentes a tiros, trompadas limpias, nada de Kun Fu ni artes marciales y se comunicaba con los coches policiales con su radio - reloj pulsera. Popularizados todos estos personajes a través de las revistas de historietas, uno a uno fueron saltando a la pantalla cinematográfica para deleite de los pibes y cada miércoles, después del último episodio, cuando quedaba develado el misterio, esperábamos ansiosos, conocer a nuestro próximo héroe.