viernes, 25 de enero de 2008

LA MATINÉ DE LOS MIÉRCOLES









Durante muchos años viví en Wilde, en el sur del conurbano bonaerense. Entre los finales de los cuarenta y principio de los cincuenta, no me perdí una sola función matinée del cine Wilde donde los miércoles y en forma continuada, daban dos episodios de una serie de misterio o ciencia ficción que se completaba con dibujos animados, algún documental y noticieros como el español NO DO, Emelco y el Movitone norteamericano.
La mayoría de estas series habían sido filmadas al final de los años 30 y alguna en los 40. El personaje de la Sombra en la película La Sombra del terror por ejemplo, tenía como enemigo al Tigre Negro, un maldito que hasta el último capítulo nos mantuvo en vilo para saber quien era y que solo conocíamos por su silueta iluminada por una luz cenital y su voz, salía de la cabeza de un tigre. La Sombra, que vestía sombrero de ala baja y capa negra, dejando ver solamente sus ojos, se identificaba frente a su enemigo con una risa profunda (como en las películas de terror) al tiempo que decía con voz grave: “I am the Shadow”. Era el momento que todos esperábamos porque se agarraba a piñas con los secuaces del Tigre Negro y como todos estos personajes, siempre salía ileso, ni siquiera perdía el sombrero. Sobre el final de cada episodio cuando el muchachito o la muchachita estaban a punto de morir a causa de un derrumbe, explosión, incendio o quedaban sepultados por un alud de piedras, al miércoles siguiente, los protagonistas salían airosos, sacudiéndose el polvo de su ropa y volvían nuevamente a la acción. Sabíamos que no podían morir porque los héroes nunca mueren. La incógnita era saber como diablos se las iban a arreglar para escapar de esas situaciones.
¡Como disfrutábamos de aquellas películas! Eran simples, sin efectos especiales, con aceleraciones de cámara cuando había persecuciones con automóviles o en las escenas de tortazos, nada de la parafernalia tecnológica de hoy.
Nos identificábamos tanto con el protagonista que llegábamos a imitarlos, adoptando posturas, gestos y fonética casera en inglés, como camón boys, teiquidisi, amzorri mister...

El Imperio fantasma, otro clásico, donde el muchachito era Gene Autry, un comboy cantor y buen jinete, que se había metido en un berenjenal con unos tipos que habitaban el fondo de la tierra y para salir a la superficie, tenían que emplear máscaras para poder respirar. Curiosamente, los caballos no tenían necesidad de ellas.

Y las aventuras de Dick Tracy, un detective de cara angulosa del cual Fontanarrosa tuvo que haberse inspirado para hacer Boogy el Aceitoso, que comba-tía a los delincuentes a tiros, trompadas limpias, nada de Kun Fu ni artes marciales y se comunicaba con los coches policiales con su radio - reloj pulsera. Popularizados todos estos personajes a través de las revistas de historietas, uno a uno fueron saltando a la pantalla cinematográfica para deleite de los pibes y cada miércoles, después del último episodio, cuando quedaba develado el misterio, esperábamos ansiosos, conocer a nuestro próximo héroe.

miércoles, 2 de enero de 2008

VENIMOS DE OTROS TIEMPOS

Entre las pocas amistades que poseo, tengo el honor de conocer a una artesana uruguaya de espíritu sensible a toda manifestación humana, la cual me envió una crónica de un autor desconocido que sintetiza el espíritu de este blog. Dina Acosta, que así se llama mi amiga, encabezó su correo con estas palabras:

PARA LOS NOSTÁLGICOS, PARA LOS QUE VALORAN LAS PEQUEÑAS COSAS, PARA LOS QUE NO QUIEREN APARTARSE DE LO QUE FUE PARTE DE SU VIDA...

Antes de transcribirme la crónica, Dina agregó este cometario: Lamentablemente no tengo el nombre del autor de ésta nota, pero me hubiera gustado mucho felicitarlo, porque con algunas diferencias, me siento reflejado.
Si no entendés nada o te aburre lo escrito abajo, es que sos muy joven, entonces, hacele feliz el día a tus viejos y dale a leer este magnífico artículo.
NOTA: Hoy 30 de abril de 2009 Dina me confirma que el autor de la nota es nada menos que EDUARDO GALEANO .


VENIMOS DE OTROS TIEMPOS
Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco. No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises. Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Sí, ya sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. ¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces. ¡Nos están jodiendo!¡¡Yo los descubrí. Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. ¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros? Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de........... años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el "guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo" pasarse al "compre y tire que ya se viene el modelo nuevo". Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir.Le dábamos crédito a todo.Sí. ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo? ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos. ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo Guardábamos! Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín. Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía "éste es un 4 de bastos". Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo. Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden "matarlos" apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney. Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: "Tómese el helado y después tire la copita", nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella. Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡No lo voy a hacer!Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la bruja me gane de mano...y sea yo el entregado.