jueves, 30 de julio de 2009

A modo de prólogo



El siguiente artículo es la síntesis (aunque largo) de lo que siempre pensé que debía ser el objetivo de este blog, tal como lo manifesté desde un comienzo; narrar pedazos de vida, de vivencias de una época, que como decía Gardel, "Que ya nunca volverá".
Norberto Kleiman es un excelente narrador que describe con sencillez y frescura, toda una época. Los que hemos nacido en los cuarenta, estos chispazos de vida nos harán recordar experiencias comunes, porque, ¿quien no ha tratado de cantar las letras publicadas en "El alma que canta" o intentado aprender, aunque sea de oído, a tocar un instrumento o como en mi caso, sentarme junto a la profesora de piano, la "Pocha", para tocar a cuatro manos? ¿Y el helado después de la operación de amígdalas? Situaciones comunes que muchos hemos vivido, marcadas por un tiempo que corría con menos sobresaltos y menos prisa.




PEDACITO DE CIELO




"...los años de la infancia, pasaron, pasaron...". ¡Qué hermosa noche!; el cielo estrellado, la música a lo lejos, la luna, los grillos y una gran paz. El contacto con la tierra, el olor del pasto, podría quedarme indefinidamente así, acostado de espaldas mirando al cielo; es verdad que en el campo el cielo es más límpido, hasta parece que hubiese más estrellas. " En el cielo, las estrellas; en el campo,...".
Cada tanto, alguna estrella titila; parece como si alguien me guiñara el ojo.
No me gustaba recitar, pero igual tenía que hacerlo; me subían a una silla y, desde allí y a pedido de mi público que me rodeaba, recitaba. El público eran mis abuelos, mis tios y mis padres, por supuesto. Y yo recitaba con "alemanes ", moviendo mis manitos. Tampoco me gustaba que mis tías me disfrazaran de Carmen Miranda pero, como era hijo único, sobrino único y nieto único, me lo tenía que aguantar; era el costo por tener ese privilegio. ¿ Cuánto tendría ?, ¿ tres años ?. Y, sí, porque a los cuatro grabé mi primer disco; en la exposición que había en la avenida 9 de julio para el primer aniversario de la revolución del 43; era un disco de cartón, " cuatro de junio, la la la la, la la la, de la historia, ta ta ta ta ta, ta ta ta ta ta, tan ta ta, tan ta ta, ta ta ". "
Y siempre igual, teléfono ocupado, mozo marche un cortado y diga cuanto es "; imitaba a Alberto Castillo. "Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con c, café, café "¡Era un artista!, perdónalo, Señor, no sabe lo que hace!.


Era un niño precoz, una especie de Pierino Gamba; y la referencia no es casual, ya que, según me contaron - porque lo que es yo, sinceramente, no me acuerdo una pepa - un año antes había "dirigido" la orquesta en el casamiento de una de mis tías. Al año siguiente llegó la consagración, " nació, de ti, buscando una canción que nos uniera, y hoy sé, que es cruel, brutal quizá el castigo que te doy, sin palabras ...".¡ Sin palabras !, un éxito, ¡ un exitazo !; me escuchaban en todas partes; en la casa de mis tíos, en lo de mis abuelos y ni hablar en mi casa. Recién unos cuantos años después apareció alguien que cantaba como yo: Ranko Fujisawa; ella también cantaba por fonética, como me imagino debía hacer yo. ¡Señor, perdónalo, no sabe lo que hace!, ni lo que dice. Porque, ¿qué idea podía tener, a esa edad, de lo que significaba cruel, brutal, castigo? Lamentablemente - ¿o debería decir por suerte? - no ha quedado documentación de la época - salvo una foto en la que estoy arriba de un "petiso" en Palermo, a pesar de lo cual no salí burrero - y, en consecuencia, no he podido saber si para las grabaciones me vestían de "marinerito" - como a Gardel - o me ponían el " tapadito " que me había hecho mi tía Lydia, el mismo que tengo puesto en la foto de Palermo (circa 1945).
A ese mismo período, aproximadamente, corresponde también el recitado del poema, " los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor..." La veta artística la heredé de mi viejo; de tal palo, tal astilla, que le dicen. "...la reja está dormida, de tanto silencio...".
Para poder consolidar mi carrera artística, me tuvieron que extirpar las amígdalas - que en esa época se llamaba operar de la garganta - pero, para evitar que me traumatizara, me dijeron que me iban a llevar a comprarme un poncho - evidentemente, yo debía querer tener un poncho, vaya uno a saber por qué y para qué - y, después, a tomar helado. Lo único que recuerdo, es que me sentaron sobre las piernas de mi madrina y me pusieron un algodón en la cara. Cuando me desperté, el algodón - no sé si era el mismo - me lo estaban pasando por la cola. Mis amígdalas habían pasado a mejor vida. No tuve el poncho, pero sí me dieron helado.
En una foto posterior a esta época, en la que estamos mi hermano menor y yo montando sendos "petisos " en Palermo, mi hermano tiene puesto un poncho; de manera que, o a mí me compraron el poncho, que al quedarme chico pasó a mi hermano, o bien a él también le extirparon las amígdalas; esto último es lo más probable, ya que, unos años después, mi hermano también cantaba. La nuestra era una familia de artistas.
Muchos años después, cuando vi lo que le hicieron a " Farinelli " perdoné definitivamente a mis padres pues comprendí que pueden suceder cosas peores en la vida de un artista. Dentro de todo, no nos podemos quejar; tanto mi hermano como yo tenemos voz gruesa, aunque, quién puede saber como habrían sido nuestras vidas con voz finita. "...y en aquel pedacito de cielo, se quedó tu alegría y mi amor...".

La terraza de la pensión " Apolo " - Tucumán 950, frente a la casa de mis abuelos maternos - es el nuevo escenario de mis aventuras artísticas. En la misma pensión vivía "otro" gran artista, el maestro Andrés Chazarreta, folklorista (¿habrá sido por eso lo del poncho?). Habían llegado unas familias sanjuaninas que habían perdido sus casas por el terremoto.
Yo jugaba con los chicos en la terraza; tenía una pequeña bici y, como ya había aprendido a andar, le habían sacado las rueditas. Practicaba con la bici - seguramente para trabajar en algún circo, supongo - haciendo piruetas cuando en una de esas perdí el equilibrio y me caí, con tan mala - o buena - suerte que el manubrio me aplastó - ¡ ay, qué dolor ! - el dedo gordo de la mano derecha; el dedo se me hinchó y se puso todo negro. Me dijeron que se me iba a caer la uña, pero que no importaba porque volvería a crecer, pero mientras me iba a tener que hacer baños calientes con agua de alibur. Estaba mi mamá intentando convencerme de que el agua no estaba muy caliente, cuando tuve la suerte - ¿buena o mala? - de que llegara mi abuelo Pedro. Mi abuelo era muy alto; era bueno, pero tenía un carácter muy fuerte - era muy autoritario - y poca paciencia. ¿ Por qué no metés el dedo ?. Está muy caliente. ¿ Por qué no probás ? Está muy caliente. Probá. Está muy...; me agarró la mano derecha y con fuerza intentó meterla en el recipiente; el agua de alibur se fue a la mierda, a mí me mandó al carajo y mi abuelo se retiró indignado y vencido. Con los años aprendí que los genios hemos sido siempre incomprendidos por nuestros contemporáneos, aunque fuesen de la familia. Y con don Andrés Chazarreta aprendí la importancia de las uñas, para ser buen guitarrero.


"...los años de la infancia, pasaron, pasaron,...".
Sigo sobre la tierra; arriba está el cielo y de allí viene la música, lejana; ese croar, ¿ serán sapos o ranas ? Asociación libre, recordé a la profesora de piano de mi infancia.
Ya tenía más de seis años porque vivíamos en Almagro, en Sarmiento 3815, planta baja, "B" - Sarmiento y Bulnes - frente a la placita. Yo quería estudiar piano; mi amigo Osvaldo estudiaba piano con un buen profesor, pero había que viajar; así que fui a una profesora que quedaba a la vuelta de casa, en Bulnes entre Sarmiento y Valentín Gómez. No estudié mucho tiempo; no puedo emitir juicio alguno acerca de su idoneidad profesional; no estaba en condiciones de juzgarla y - para ser sincero - ni siquiera sé si era eso lo que más me importaba en aquel momento, es más, honestamente, creo que no era lo que más me importaba ni fue ese el motivo por el que dejé a mi profesora. Lo que realmente me alejó de ella fue que era fea; no era muy vieja ni muy fea, solamente fea y con eso me bastaba. Tenía granos en la cara, ruleros en el pelo y olía a " Manuelita " - Divino Tesoro - no la de Pehuajó, sino la de Jabón Federal.






Tal vez yo no tenía muy desarrollado mi criterio musical, pero, evidentemente, sí mi criterio estético. Creo que también está claro que, para esa época, ya no me alcanzaba con la belleza espiritual, estaba empezando a necesitar cosas más materiales. Imagino que mis fantasías debían ser convertirme en el Príncipe Kalender - el del programa de medias Himalaya - y terminar, como en el aviso de un famoso perfume, besándome con la violinista. Si bien me llevó muchos años reponerme de esa experiencia y reencontrarme con el piano, nunca abandoné la música. Siempre me gustó la música, siempre me gustó el piano; nunca me gustaron las mujeres feas. Sonará duro, pero es la verdad. Con el tiempo comprendí que, en realidad, no tenía ninguna importancia si las profesoras de piano eran lindas o feas porque en esa época los que estudiaban piano eran o nenas o nenes de mamá, es decir, mariquitas; mi amigo Osvaldo era la excepción a la regla.
Yo todavía tenía que demostrar qué era; para lo cual, primero tenía que tener claro quién era, lo que no me resultaba nada fácil. Con una mamá miedosa y sobreprotectora y rodeado de mujeres - mis tías y las primas de mis tías - a las que, además, les parecía muy divertido pintarme y disfrazarme de Carmen Miranda - como ya les conté - que actualmente no juegue con muñecas, es un milagro. ¿Por qué cuando íbamos a jugar a la pelota a la placita o a la cortada "de" Valentín Gómez, a mi me ponían siempre de arquero?; todo el mundo sabe lo que eso significa, que era un patadura. La confirmación de que mi porvenir no estaba en mis piernas la tuve cuando mi tía Sofi intentó enseñarme a bailar, era un tronco. Pero, como en ese entonces, bailar era la única forma de poder abrazar a una chica, no había alternativa, había que bailar. Y bailé; todavía sigo bailando y no pierdo la esperanza de que algún día aprenda.
Creo que, recién entonces, comencé a percibir lo que de alguna manera había intuido pero no había podido descubrir con mi profesora de piano, la sensualidad de la música.
"Arrorró mi niño, arrorró mi sol..."; "duerme ya, duerme ya..."; la canción de cuna, el primer contacto con la música y con la sensualidad.
" Cantando yo le dí mi corazón de amor y desde que él se fue, yo canto mi dolor. Cantando lo encontré, cantando lo perdí; porque no sé llorar, cantando he de morir ".
Ana - Anita, morocha y entrerriana - trabajaba en mi casa de Almagro; cantaba todo el día y estaba enamorada de Julio Martel, eso decía. Los sábados a la noche, cuando mis papás salían, se metía en mi cama - vestida - y era lindo.
Escuchábamos el " Glostora Tango Club ", con la orquesta del maestro Alfredo D'Angelis, con sus cantores Carlos Dante y Julio Martel.
“Viene serpenteando la quebrada, la pastora, su majada y su tarararará..." Yo estaba enamorado de esa pastora "rubia del color de los trigales", pero era un amor imposible porque se había caído al pedregal (?) y de allí no iba a volver porque una estrella se la había llevado a " donde se va sin regresar " (?) y por esa razón ya no iba a escuchar más " su tararararará ". Me ponía triste y sufría mucho con este amor imposible; todavía no estaba preparado para el amor posible.
Las estrellas siguen ahí, en el cielo, arriba mío; cada tanto, titilan; ¿ cuál de ellas será la que se llevó a mi pastora ?.
"...los años de la infancia, pasaron, pasaron...
En el corso de Avenida Saenz - en Pompeya - conocí las murgas y en el Cine-Teatro Medrano - de Corrientes y Medrano - las comparsas; esos fueron mis primeros contactos con el arte "underground".
Mi papá me regaló una armónica; por ahora solamente toco " La Paloma "- "... ¡ay ay ay, paloma del alma mia ! ..." - pero cuando crezca y sea grande voy a ser famoso como Hugo Diaz.
"...la reja está dormida, de tanto silencio..."
Si pudiese recordar - con claridad - exactamente en qué momento comenzó a pasar algo, o en qué momento empezó a dejar de pasar algo, tal vez podría entender mejor algunas cosas.

" De poeta y de loco, todos tenemos un poco ". Por ejemplo, ¿cuándo empecé a ser poeta y cuándo empecé a dejar de serlo, si es que alguna vez lo fui? Aparentemente - por lo que yo recuerdo - lo fui a los ocho años. A esa edad escribí un poema sobre el " Rastreador Fournier " o, mejor dicho, sobre su hundimiento, que fue publicado en la revista " Mundo Infantil " de la editorial Haynes. El " Rastreador Fournier " desapareció en las "frías" aguas del océano Atlántico. Recuerdo que lo que más me impactó en aquel momento - por alguna razón que aún hoy no comprendo - fue lo de "frías" aguas. Como si el frío lo hiciese más trágico, o más terrible, o más doloroso. No sé que pasó con el poema, si sé que pasó con la editorial Haynes: desapareció, igual que el Rastreador; ¿y con el poeta, qué pasó? ¿Cuándo dejé de ser poeta, si es que alguna vez dejé de serlo?; no lo sé; sólo sé que muchos años después, cuando hundieron al " General Belgrano ", en esas mismas frías aguas, yo no escribí ningún poema. "...y en aquel pedacito de cielo..."
¿Y con el artista niño, qué pasó, qué hice con él? ¿ Le habré hecho lo mismo que le hicieron a "Farinelli" o, simplemente, creció y se olvidó de jugar ?. Hoy ya no me interesan las explicaciones, sólo me importa recuperar los recuerdos.
" Tantas cosas ya se han ido al reino del olvido...".
Después fui al comercial; después estudié economía; después hice cine publicitario; estuve muchos años al lado de un artista que había estudiado arquitectura, que había estudiado música y era director de cine; ¿ y ahora que?
"...no es que no vuelva porque te he olvidado, es que perdí el camino de regreso...".
Si, como Pulgarcito, hubiese ido arrojando guijarros, en lugar de miguitas, tal vez...
En el cielo, las estrellas parecen guijarros brillantes...
"...los años de la infancia, pasaron, pasaron; la reja está dormida de tanto silencio y en aquel pedacito de cielo, se quedó tu alegría y mi amor...".
Ahora, en aquel pedacito de cielo, mi viejo me guiñó el ojo.


Norberto Kleiman – 1997.