miércoles, 6 de febrero de 2008

AQUELLAS VIEJAS "PIOJERAS"


Por Julio di Risio



Una tarde de 1947, viviendo yo con una tía en el barrio de Almagro y aprovechando el solcito de abril, me fui a caminar por la Avenida Rivadavia hacia un cine que quedaba cerca de Plaza Once, el ya viejo entonces cine Armonía, una de las tantas “piojeras” como le llamaban a esas salitas viejas, sucias, rotas, con olor a humedad, a pis y con una pantalla que ya no era blanca y encima estaba perforada a piedrazos.
Por supuesto, mi tía me tenía prohibido ir a esos cines (era una salida clandestina) pero la entrada costaba muy poco y daban hasta cuatro películas en un mismo programa. De más esta decir que he frecuentado bastante este tipo de sala, o sea que debo haber visto más de 100 películas en ese emocionante «estado de clandestinidad».
Esa tarde de Semana Santa la película no era ninguna sorpresa, ya que se trataba de “La Pasión”, como solíamos llamar a la versión cinematográfica de «Vida Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo», que se pasaba todos los años para esa misma fecha. Era una vieja versión muda y con íntertítulos[1] a la que habían musicalizado con temas Sacros desde el principio hasta el final. Un tiempo más tarde me enteré que era una versión realizada por Ferdinand Zecca en la década del 10 y que había otra del mismo director y de la misma época que figuraba en un amarillento afiche del hall del cine »Las víctimas del alcoholismo», pero que a mi no me dejaban entrar por ser menor de edad.
El público que había esa tarde en el Armonía no era ni más culto ni más serio que el de costumbre, por lo tanto al ver los movimientos acelerados de Jesús llevando la Cruz, que se debían a su primitiva filmación a 16 cuadros por segundo[2], el público, si se le podía llamar así, se mataba de risa.
Pero esa tarde sucedió algo que marcó un cambio importante en mi, la sombra de un pájaro que revoloteaba irreverente sobre las imágenes del Via Crusis me llevó la mirada hacia la luz de la proyección y descubrir al pobre animalito que los muchachones de la pullman habían soltado en la sala y que se enloquecía buscando una salida entre la luz y las sombras. El pajarito logro escapar pero yo me quedé como hipnotizado mirando ese cono de luz que cambiaba de densidad y que se achicaba hacia el fondo de la sala, hasta convertirse en un punto dentro de una pequeña ventanita. Allí había algo desconocido, mágico, que me atrapaba tanto o más que las imágenes en la pantalla.
Hubo un tiempo en que no podía concentrarme en el argumento de las películas, me distraía esa luz en movimiento que brotaba de aquella ventanita misteriosa, allá arriba en la oscuridad, al final de la sala.

1 - Títulos de transición que se utilizaban en el cine mudo para mantener la continuidad (sintetizada) de los diálogos. La continuidad temporal: «unos meses después», también estaba cubierta con intertítulos.

2 En los primitivos films mudos la cadencia normal era de 16 cuadros por segundo. Con la llegada del sonido, hubo que modificar la velocidad a 24 cuadros por segundo, esta cadencia reproduce en forma normal la voz humana. Si se proyecta un film rodado a 16 c x s en un proyector sonoro (24 c x s), las imágenes se verán aceleradas. En consecuencia, la cadencia normal se obtiene únicamente proyectando la película a la misma velocidad con que fue filmada.


domingo, 3 de febrero de 2008

HISTORIAS COTIDIANAS

LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ pretende ser un verdadero ejercicio para la memoria y extraer de ella, la mayor cantidad de recuerdos posibles para sumarlos a la historia de nuestro país que no solamente la integran los próceres, figuras prominentes y acontecimientos importantes sino también, los hechos cotidianos que le dan soporte a nuestra idiosincrasia.De manera que no habrá limitaciones de ningún tipo, todo cabe en este lugar, desde un programa de radio, pasando por marcas de cigarrillos hasta el recuerdo de un anuncio publicitario. A medida que vayan llegando esos recuerdos, los iré organizando por rubro

EL DÍA QUE CONOCÍ A EISENSTEIN

Por Julio di Risio


«El cine formalista se dirige solamente a la emoción, mientras que el montaje intelectual da paso al proceso del pensamiento»
Sergei Eisenstein


Montevideo, verano del 54

Era una tarde muy calurosa y la lluvia se estaba acercando, se podía oler. Faltaban una o dos cuadras para llegar a la sala del SODRE. No quería dejar de pasar por allí antes de regresar a Buenos Aires. El cielo se oscureció y comenzaron a caer unas gruesas gotas. Unos segundos después, mientras una lluvia torrencial caía sobre las escalinatas, a resguardo miraba las carteleras : un ciclo de una semana conmemoraba la muerte de S. M. Eisenstein, de quien, hasta ese momento, sólo había oído hablar. Inmejorable ocasión.

Un presentador leía en el escenario una semblanza del realizador: «En la madrugada del 11 de febrero de 1948, escribiendo en su despacho un trabajo sobre el cine en color, S. M. Einsenstein muere sin haber visto estrenada la segunda parte de “Ivan”, prohibida por Stalin». Hacia el final, una introducción a «El Acorazado Potemkin» abría el ciclo.

El pesado cortinado se descorrió con el desagradable chirrido de la falta de grasa. Unos enormes títulos en ruso, grabados con gruesos caracteres, anunciaban, según el presentador que traducía desde un costado del escenario: «Un filme de S. M. Eisenstein, “El Acorazado Potemkin”». Trataré de abstraerme de todas las veces que vi esta película, algunas por placer, otras analizando su montaje, dejándome llevar por ese raro estremecimiento que me produjeron aquellas imágenes grises y mudas, hace ya muchos años.

El ruido lejano del proyector y el caer de la lluvia sobre el techo de zinc de la sala eran los únicos sonidos que acompañaban a aquellos marineros enfurecidos que se negaban a comer la sopa agusanada. Un oficial gesticulaba algo aparentemente grave. Un cartel y los sonidos del proyector y de la lluvia son cortados por el comentarista: «Tapen a los rebeldes con una lona y fusílenlos». Los compañeros se rehusan a disparar. Otro cartel : «¡Hermanos !». Los soldados giran sus fusiles y disparan sobre la oficialidad. En la cruenta batalla que se desarrolla en cubierta cae muerto el líder de la rebelión.

Los sonidos de la lluvia y del proyector que habían desaparecido por la intensidad de la acción, regresan con un título: «Odesa».

Es el puerto de Odesa. El pueblo junto a la tripulación del Potemkin, llora la muerte del líder. Se alzan voces y puños en alto avanzan hacia la gran escalinata. El comentarista traduce: «Los soldados disparan sobre el pueblo indefenso». Una madre con el hijo herido en sus brazos sube hacia ellos pidiendo: «No disparen, mi hijo esta herido. No disparen». Los soldados de frente siguen bajando y disparando sobre la mujer y el niño que quedan tendidos sobre la escalinata. Un cochecito de bebé se precipita velozmente por la escalinata. Más disparos, gente que corre, que rueda, que cae. La lluvia ha cesado mientras se escucha muy claramente la voz del comentarista: «La noche de espera».

Ahora sólo el intermitente sonido lejano del proyector acompaña las escenas de la tripulación expectante. La imagen cierra lentamente a negro. Es de mañana y asistimos al encuentro de un barco de la escuadra con el acorazado : planos de cañones que se alistan a disparar, marineros que suben corriendo por las escaleras de hierro, momentos de gran actividad en la sala de máquinas. El comentarista, con el ruido de ordenar y guardar sus papeles para irse, afloja la tensión en las risitas nerviosas que suscita. Concluye con un último cartel: «¡Hermanos !». En esta última escena la escuadra se niega a disparar. Hay abrazos de alegría y llantos de emoción. Aparece la palabra «Konek», y el ruidoso cortinado se cierra sobre el monumental filme.

Me quedé un rato sentado, mirando hacia donde había ocurrido todo eso. Ya en el hall, miré detenidamente cada foto del filme. Pensé en llevarme una, pero no me atreví. Quería guardar, conservar un momento, sin sospechar que cada uno de ellos me acompañaría toda la vida.